Detalles de la ruta
-
Ubicación: Passeig de Gràcia, 41
-
Vistas: 1074
Descripción
El hecho de ser el menor de 8 hermanos de una familia payesa de Molins de Rey, llevó a Gabriel (1768-1830) a los 29 años a trasladarse a Barcelona y montar un pequeño negocio de fabricación de chocolates, en la Calle Manresa, 10, casi tocando la actual Via Laietana.
Aunque pueda parecer extraño la fábrica tuvo desde sus inicios un gran éxito, a pesar de tratarse de época en la que ya era difícil incluso poder comer y su hijo pronto se incorporó a la fábrica y posteriormente también su nieto Antoni Ametller (1851-1910) que, con 19 años en enviado a estudiar el oficio a Suiza y Francia, a pesar de que hacía poco que se había casado con Càndida Cros.
Pero los acontecimientos se suceden con mucha rapidez en pocos años, con 25 años hereda la fábrica y decide hacer una nueva, en la zona industrial de la Vía Icaria, al año el matrimonio que ya tiene una hija, Teresa (1873-1960), y en 1877 el matrimonio se separa ya que su esposa se enamora de un cantante de ópera, si bien Antonio consigue que esta firme que el se hace cargo de la hija.
Antoni Ametller, que ya amasa una importante fortuna decide ya en 1898 comprar un edificio en el Passeig de Gracia 12, por lo que hoy serian 2.750 € aprox.
Del edificio solo interesaba la situación, por lo que contrata al arquitecto más acreditado en el momento, Puig i Cadafalch que ve una oportunidad para desarrollar todo su ingenio en una avenida que empazaba a ser relevante por la cantidad de obras modertinas que se estaban construyendo.
La relaciones entre arquitecto y Ametller, no fueron muy buenas ya que ambos tenían caracteres chocantes y muy especialmente Ametller, que pretendía imponer su criterio en todo momento, pero el final fue espectacular una casa atemporal en todos los sentidos una obra de arte en cada uno de sus rincones, con estancias estudiadas para acoger a sus inquilinos, una fachada que rompía el plan urbanístico del momento al elevarse 22 metros y que se movia entre motivos modernistas, medievales y una alegoría constante al mediterraneo, columnas en toda la estancia, chimeneas con asientos incorporados, techos policromados, suelos de madera artesanales, cristaleras hechas a mano por los mejores artistas de la ciudad y un jardín trasero al que se accedía desde el piso de la primera planta que era el que como era habitual ocupaban los propietarios del edificio.
Teresa nunca se casó y no tuvo hijos, vivio siempre compartiendo las aficiones de su padre, la fábrica, coleccionando de obras de arte y muy especialmente de obras en vidrio o pinturas y viajando, si, viajando por media europa y Africa.
Teresa para que no se perdiera el legado de su padre creo una fundación que al morir pasó a ocupar el piso donde residían y a los pocos años por problemas económicos la fundación tuvo que alquilar el Jardín a los almacenes vecinos, «servicio estación» que los ocuparon hasta la finalización del contrato a finales de 2018, voviendo a manos de la fundación que aprovecho para devolverle la apariencia original tal y como le gustaba a Doña Teresa, que por eso se pasaba allí tardes enteras entre libros y tes.
Y la fábrica, pues también cerro al poco de morir Teresa.